7 de octubre de 2012

NUEVA SECCIÓN: ÉRASE UNA MASCOVEZ...


LA VERDADERA LIBERTAD, por Danny Vega Méndez

Volaba libremente por el cielo azul, un azulejo. Hasta que, por una ráfaga de viento, quedó apresado en la red de una casa de pescadores. Trató de zafarse; sin embargo, aquel avelucho fue tomado por los dueños de esa casa. Luchó; pero sus fuerzas no le bastaron y fue llevado a un lugar que nunca antes había visto; un lugar que le transmitió pánico y mucho temor.
Desde ese día descubrió que es una jaula. Estuvo allí tratando de volar de un lugar a otro pero sus agotadores esfuerzos fueron en vano, pues cada vez que lo intentaba solo conseguía lastimarse.
Sin lugar a donde ir, cantaba para distraerse, pero su canto no era libre ni feliz. Aunque todas las mañanas le regalaban pedacitos de fruta, se sentía solo en un mundo lleno de personas que egoístamente solo querían deleitarse de su ya melancólico canto. Una mañana cerca de su jaula apareció aquella persona junto a un animal raro que caminaba en cuatro patas y hacía ruidos extraños.
-“¿Quién eres?”, preguntó
-“¡Wau! Soy el guardián de la casa”, respondió muy orgulloso.
-“Pero ¿Qué hiciste?, porque para ser alguien tan importante como el guardián del la casa, estás encadenado como si estuvieses castigado por un delito”.
-“No seas ignorante. Es totalmente normal que yo está así”
-“¿No comprendo? ¿Normal que no puedas ser libre de ir donde quieras y que puedas disfrutar de la belleza del mundo que te rodea?”
-“Eso es una tontería”, alejó. “Yo jamás quisiera eso que tú dices: ser libre”.
-“Nadie puede querer lo que nunca ha conocido”, le indicó mientras una lágrima brotaba de sus afligidos ojos. “A veces, recuerdo cuando volaba libre por el cielo sin límites sin rejas ni jaulas que desbasten mis sueños de libertad. Y, ahora, incluso escuché que el humano dijo que era mejor cortarme las alas”.
Pasaron los días y aquel perro quedaba cada vez más admirado por la sencilla sabiduría de su transitorio amigo, al punto de comprender el significado de la libertad. Una mañana, el ave no quiso cantar. El perro entendió lo que ocurría. Sabía que de pasar un día más el ave moriría de desconsuelo.
Entonces, saltó tan fuerte hasta poder golpear la jaula. La prisión cayó, y por el fuerte impacto se abrió. El ave no perdió aquella preciada oportunidad que le dio su amigo y se fue volando por su añorado cielo.
-¡Wau! ¡Vuela libre, amigo! ¡Vuela libre!, le gritaba el perro, mientras saltaba limitado por el largo de su fría y ruda cadena.

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